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La zona roja
23 Septiembre 2012


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Quizás sea cosa de la última mala noche. Quizás cosa del cansancio acumulado durante el estrés de los últimos días. Quizás que no llego a más.

 

Sé que no me conoces. Por eso quiero advertirte desde el principio y que lo que sigue no te sorprenda. Soy un tipo muy muy sensible.

 

De un tiempo a esta parte el Capi y yo formamos parte de una "cuadrilla" de salida dominguera. Lejos quedan los largos viajes que justifiquen una nave como el Capi, pero aún así nos resistimos a separar nuestros caminos... así que ¿por qué no usarlo para la salida del domingo?

 

Me he sentido muy extraño. He tenido un susto. Después de otro susto. Y luego era como si el mundo, como si la realidad estuviera allí pero no tan allí. Es muy dificil de explicar. Y supongo que si mis sensaciones hubieran sido en realidad reflejo fiel de lo que creia que estaba ocurriendo sería aún más dificil de explicar. Seguramente sería imposible que os las contara.

 

En cierto modo esto hace que me sienta vivo.  Pero dejad que empiece por el principio...

 

El Capitán es una nave de andar más o menos tranquilo que con el paso del tiempo se "especializó" en viajes de larga duración. Así tras los paseos cruzando Europa a lo largo del tiempo, nave y tripulación decidieron que los viajes de un rato a borde del Capi no tenían mucho sentido. Y si bien es cierto que la construcción del Capitán está más pensada para viajes semanales que de ratos... la verdad es que tampoco es fácil rechazar un ratito a bordo de vez en cuando.

 

Y fue así como no hace mucho, y debido al apetito de asfalto de su comandante, o sea yo, el Capitán decidió tomar parte en un grupo de aventureros de "rato", de naves preparadas para dar lo mejor de sí en el entuerto de curvas que pueblan la sierra madrileña, pilotos acostumbrados a rozar sus codos y rodillas con el asfalto. Caballos dispuestos a saltar al galope a la menor insinuación de la muñeca, casi sin trote previo.

 

Las rutas no eran del todo desconocidas. Pero nunca vistas así. Mantener la estela de una K1300R, las trazadas de una Speed Triple R o la estampida de una Yamaha R1 es algo que en cierto modo estresa el viejo corazón del Capitán. Y del mio mejor no hablamos.

 

Y así, domingo tras domingo, el Capitán ha ido perfeccionando y manteniendo el endiablado ritmo que sus compañeros de ruta, sin querer, mantenían.

 

Hoy.

 

Mi despertar ha sido violento. Mi cuerpo necesitaba del veneno universal más poderoso del planeta. Azúcar. Tras supervitaminarme y supermineralizarme llega la hora de salir zumbando.

 

Desde hacia una semana quería mirar la presión de las ruedas del Capitán. Tambien teníamos que llenar ese enorme lastre que es su depósito de gasolina. Las maletas quedan en casa...

 

No he terminado de repostar cuando llega el primero. Su desvergonzado runrun no oculta su llegada. Más tarde, dejando atrás el estruendo tras su ultima aceleración llega la K1300R seguida de cerca de una Z1000 y una R1. El grupo lo cierra una HP2.

 

Terminamos de repostar.

 

El Capitán zarpa en medio del grupo.

 

Cruzamos la población de turno para catapultarnos por una comarcal llena de curvas. El Capitán mantiene el tipo entre el grupo. Curva a la derecha, curva a la izquierda, a tope de gas en la recta mientras engrano cuarta, quinta y sexta. Fuera gas. Quinta, cuarta, tercera. Inclina a la izquierda, levanta, acelera, todo a la derecha. El Capitán se retuerce mientras vuelve a enderezarse antes de precipitarse a la izquierda, para salir de nuevo mientras el cuentarrevoluciones cuenta lo que casi ya no puede contar.

 

De forma elegante, como si no pasara nada, la R1 pasa levantando el asfalto dejando un trueno de estela. Atrás se van quedando la Speed Triple R y la Z1000 cuyas luces veo perderse en los espejos...

 

Y caen los kilómetros. Llega un momento en el que te acostumbras. En el que es normal inclinar tras inclinarse de nuevo. En el que sacar el culo se convierte en algo necesario para desplazar el "exagerado" y sobredimensionado tamaño del carenado del Capitán. En el que la punta del espejo está muy cerca del tosco gris del asfalto. Y de repente llega una curva. Quizás fue el decorado, quizás mirar el espejo más de lo debido, o mirar la R1 más de la cuenta. La curva se precipita sobre mi proa y no me siento preparado para virar...

 

El servo del freno delantero hace que la maneta se hunda sin terminar de reducir la velocidad de la nave. Piso el olvidado freno de atrás. A pesar de ABS, a pesar de telelever, paralever y lo que se hayan inventado. Los kilos del Capitán no terminan de detenerse lo suficiente y la rueda de atrás deja de girar mientras noto como se va deslizando.

 

El ángel sin nombre que me acompaña decide actuar. El Capitán termina por entrar en la curva totalmente cruzado y salimos de forma más o menos gloriosa de la misma.

 

Acelero. Todo bajo control.

 

Y otra curva. Y otra recta. La R1 desapareció, pero dejó tras ella otra Speed Triple R que poco a poco se va viendo cada vez más cerca. Decido olvidar. Acelero. Los caballos del Capitán aullan mientras su chasis sigue retorciendose curva tras curva.

 

La Triple R podría quedar atrás. Si no en ésta,  en la siguiente curva. El Capitán continúa. Mantiene el tipo en las salidas. Pero se come la Triple R en la entrada y en el interior de la curva.

 

Parada del café.

 

Aún es temprano. Tengo mucha sed. Quiero bajar de la moto. Quiero bajar de la moto y no tengo claro que quiera volver a montar. Me vuelve la imagen. Hemos entrado totalmente cruzados en una curva y aún no se como hemos salido. Esa curva podía haber tenido nuestro nombre escrito.

 

No os voy a engañar. Soy un tipo muy muy sensible.

 

La conversación no difiere de la que tendría cualquier grupo de moteros un domingo por la mañana. Que si esto. Que si los Ohlins. Que si mejor es dejar la moto "larga" que entrar sujetándola en la curva. Que si es más para ducatear que hacer el japonés. Que si la HP2 hace las curvas de tres en tres y encima puede mirar para atrás, que si Lorenzo, que si Pedrosa, que si nadie como Rossi o Kevin Schwantz. Que qué ricos los torreznos y que esta crisis no nos la merecemos.

 

El Capitán espera unos metros más allá. Justo detrás de la R1 que al final le antecedía.

 

Ninguno queremos correr. Todos tenemos claro que no estamos en un circuito y que lo que nos gusta es salir a pasear...

 

Termina el café. Sigo con un regusto amargo en mi garganta que no acierto a valorar.

 

Arrancamos. El grupo abandona el pueblo del desayuno de turno. Muchas motos se cruzan. Saludos. El grupo comienza a "zigzaguear". No sé donde leí que aunque la intención de esa curiosa maniobra sea la de calentar más rápido los neumáticos buscando la mejor adherencia, los neumáticos de calle, los que llevamos todos nosotros apenas varian su comportamiento puesto que la maniobra no aporta temperatura. Ni me molesto en inclinar al Capitán. Subo el volumen de la música.

 

El convoi comienza a adelantar los coches que comienzan a aparecer a nuestro paso. La mañana de domingo va avanzando y poco a poco el tráfico se va espesando.

 

De repente veo que un poco más delante, los más rezagados del grupo se detienen bruscamente. -Algo pasa- pienso. El Capitán continúa su lento avanzar y nos detenemos junto al grupo. Trato de descender rápidamente de la nave. Acudo al lado de la Z1000.

 

Aún no tengo claro que ocurre. La Z1000 se mantiene en marcha. Recta. Su piloto sigue en ella, agarrado al manillar. Todos rodeamos la moto. No tenemos claro que ocurre. Otro gran susto. El corazón. Me falta el aire. La Z1000 dice que está mejor. Que casi se cae. Todos dicen que le han visto fuera de la carretera. En el suelo...

 

Que de nuevo un ángel borró su nombre de esa curva.

 

Tras un rato el grupo zarpa.

 

No tengo fuerzas.

 

Una recta. Me empeño en continuar pero a otro ritmo.

 

Llega otra curva. Otra más a derechas y en pendiente.

 

Trato de frenar pero no freno. Estoy dentro y no me atrevo a inclinar. El Capitán sigue recto sin modificar su trayectoria. Freno. Estoy en el carril contrario.

 

Otro ángel.

 

Muchos para un día.

 

¿Cuantos van en una vida?

 

No quiero confundiros. Soy un tipo muy muy sensible.

 

Llego a casa y sigo sonado. No se si es el estruendo de la R1, el gimotear del chasis del Capitán o el estremecimiento de sus caballos. Tengo claro que no estoy hecho para vivir en la zona roja. Tengo claro que siempre disfruté más en largos recorridos. ¿Que me lleva a lanzarme? ¿Que nos lleva al Capitán y a mí a seguir la endemoniada estela de la velocidad?.

 

Sus ojos se abren diciendolo todo. Aún no habla pero su mirada me lo dice. Quzás sea cosa del sueño, pero se abraza a mí como casi nunca lo hace. E incluso podría jurar que sus bracitos tratan de rodearme.

 

Y extrañamente no quiere separarse de mí. Huelo su pelo que huele a rocio y hierba, a mañana y noche, a sol y a lluvia. Mi cabeza sigue más en no se donde que con ella. La beso.

 

Finalmente llega su madre y me separo. Contemplo la escena desde atrás. Cristina habla con Vega mientras comienza a vestirla. Me fijo en cada uno de los movimientos que ambas realizan mientras las prendas van cubriendo el rechoncho cuerpecito de mi hija. Pienso que podría no estar ahí. Que podría no haber llegado. Que podría estar viendolo todo desde otro lugar. -Que bien estabas con papá eh?, - dice Cristina. Vega sonrie como siempre. Cómo si hubiera entendido lo que decía su madre y contestara afirmativamente.

 

Concluyo pensando que si Cristina lo ha visto es que realmente estoy aqui. Sigo vivo. 

 

El estruendo sigue en mi interior.

 

No os voy a engañar. Soy un tipo tremendamente sensible. Tengo ganas de llorar.

 

Me voy a la ducha.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 


publicado por Altair a las 12:09 del 23.09.12 en Nosotros